Buscando Terroristas en el Sistema Cubano de Salud

Por Jane Franklin

Al introducirse subrepticiamente en una clínica cubana, James Bond - el agente 007 - se encuentra con un mural de Fidel Castro. ¿Qué oculta Fidel esta vez? 007 presiona un lugar gastado en el retrato. Una puerta oculta se abre y revela lo que realmente es esta clínica: una cobertura para un laboratorio de última tecnología que realiza "transferencias de ADN". Adivinen. Los científicos cubanos han suministrado un cambio de identidad al principal villano de la película, un norcoreano cuyo objetivo es dominar el mundo con un arma de destrucción masiva.

MGM ha apostado millones de dólares a que Morir otro día, el más reciente filme de James Bond, encontraría un público programado para aceptar la idea de que una clínica en Cuba podría ser – y resultaría ser – una cobertura para una conspiración terrorista. Y ganaron su apuesta. Morir otro día ha sido un éxito de taquilla y ganará millones más en video. Los críticos que se quejan de la visión positiva de Fidel Castro que se presenta en dos recientes documentales – Comandante, de Oliver Stone, y Fidel, de Estela Bravo – no parecen estar preocupados por los grotescos inventos de Morir otro día. Es más, los documentales de Stone y Bravo no serán proyectados en miles de pantallas de todo el país, mientras que los millones de personas que ven Morir otro día perciben una imagen impactante de las clínicas cubanas que cabe muy bien en la actual campaña por equiparar la biotecnología con el terrorismo.

La presente campaña es un paradigma del patrón de Washington que acusa a otros de hacer lo que Washington planea hacer o ya ha hecho. Hasta tres reporteros de The New York Times – Judith Miller, Stephen Engelberg, y William Broad –, reconocen en su libro de 2001 Gérmenes: armas biológicas y la guerra secreta de Estados Unidos los planes americanos de contingencia para usar el bioterrorismo contra Cuba poco después de la revolución en 1959. Uno de los planes comenzaba con un "ataque biológico contra los soldados y civiles de Cuba". Al hablar en 1999 acerca de esos planes, Bill Patrick, quien realizó investigaciones biológicas durante dos décadas en Fort Detrick, Maryland (la base principal de desarrollo de la guerra biológica), dijo ante una audiencia de militares: "En un período de entre tres días a poco más de dos semanas íbamos a incapacitar a la población cubana". Explicó que sólo moriría aproximadamente dos por ciento de la población de Cuba de siete millones (unas 140 000 personas), y luego "Podríamos invadir con nuestras fuerzas y tomar el país, y eso sería todo". Esto parece menos improbable y más atemorizante si recordamos que los planes coincidieron con el uso masivo por parte del Presidente Kennedy de la guerra química en Viet Nam, la llamada Operación Hades, más tarde llamada con el nombre Operación Trabajador de Rancho, que comenzó en 1961 y prosiguió bajo los presidentes Johnson y Nixon hasta 1971.

Mientras los cubanos se dedicaban a desarrollar un sistema que pudiera brindar cuidado gratuito de salud a esos siete millones de personas cuya inhabilitación estaba siendo programada en Fort Detrick, Washington respondió con una prohibición total de comerciar, incluyendo alimentos y medicinas, sanciones que han continuado durante más de cuatro décadas.

La lógica pro-embargo forma un círculo vicioso y grotesco; Washington prohíbe el comercio con Cuba, incluyendo los medicamentos, lo que fuerza a Cuba a desarrollar su propia industria biotecnológica y farmacéutica de avanzada. Washington entonces señala esa industria como prueba de la capacidad de Cuba para desarrollar la guerra biológica. Washington, por tanto, califica a Cuba de nación terrorista. De esa forma el embargo no sólo es legítimo, sino indispensable.

En 1965 Cuba creo el primero de sus centros para la investigación y desarrollo científico y biomédico. Aproximadamente la mitad de los médicos de cubanos habían huido de la isla en el momento del triunfo de la revolución. Los que quedaron estaban impartiendo clases y aprendiendo las nuevas técnicas de una nueva era. En 1976, en un estudio llamado Cambios en el cuidado de salud en Cuba: un argumento en contra del pesimismo tecnológico, especialistas de salud de Estados Unidos llegaban a la conclusión de que: "Juzgando a partir de lo que ha sucedido en Cuba durante los últimos 17 años, consideramos que el cinismo acerca de las posibilidades humanitarias debe dar paso a un optimismo cauteloso. Nuestro estudio", escribieron, "ha demostrado que los efectos secundarios deshumanizantes del cuidado institucional burocrático están sujetos a una corrección significativa en un contexto social que puede responder a tal preocupación".

La biotecnología despegó en Cuba cuando científicos cubanos produjeron interferón en sólo seis semanas durante una epidemia de dengue que estaba matando a docenas de personas, muchas de ellas niños. Este fue un momento histórico, cuando la biotecnología fue capaz de responder a lo que muchos creían que era bioterrorismo americano. La sospecha de que el dengue fue introducido en Cuba por la CIA recibió mayor credibilidad tres años después por medio del testimonio del jefe de uno de los más asesinos grupos terroristas cubano-americanos, Eduardo Arocena de Omega 7, durante su juicio por varias acusaciones, incluyendo el asesinato de un diplomático cubano en Nueva York. Como se reportó por esa época en The New York Times, "el Sr. Arocena declaró en el juicio que había visitado Cuba en 1980 en relación con una misión para introducir ‘algunos gérmenes’ en el país". The New York Times no reportó lo que Arocena dijo a continuación: que lo que él había introducido en Cuba en esa misión "produjo resultados que no eran los que esperábamos, porque nosotros pensamos que se iban a utilizar contra las fuerzas soviéticas y fue usado contra nuestra propia gente, y con eso no estábamos de acuerdo".

Este testimonio es solo un ejemplo de una gran cantidad de evidencia de que el gobierno de Estados Unidos ha realizado múltiples ataques químicos y biológicos en Cuba durante décadas contra personas, animales y plantas. En 1982, dos años después de la misión de Arocena, el Departamento de Estado de EE.UU. colocó a Cuba en una lista de naciones terroristas, donde aún permanece.

Éxitos como la producción de interferón durante una epidemia hicieron que se inaugurara en 1986 el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, el cual, por cierto, tiene un retrato de Fidel Castro en sus paredes. La Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas (OMS) evidentemente pensó que había buenas razones para la existencia de ese retrato. En 1988 el Presidente Fidel Castro se convirtió en el único jefe de estado del mundo en recibir la medalla Salud para Todos entregada por la OMS en reconocimiento por lo que había hecho no sólo en Cuba, sino en todo el mundo. Cuba era el único país que había cumplido las metas establecidas en 1988 y que la OMS tenía la esperanza de que los países del Tercer Mundo pudieran lograr para el 2000. Cuba había logrado esos objetivos en 1983. El premio fue entregado nuevamente a Fidel Castro en 1998. Entre las múltiples razones para estos premios deben mencionarse dos (una nacional y otra internacional): para 1991 Cuba tenía más médicos prestando ayuda en el exterior que la propia Organización Mundial de la Salud; y la tasa de mortalidad infantil de Cuba – es decir, el número de bebés que mueren antes de la edad de un año por cada mil nacidos vivos, disminuyó de 60 en 1959 a 6,5 en 2002.

Los logros de Cuba en biotecnología han recibido reconocimiento de todo el mundo. Por ejemplo, en junio de 2002, el Financial Times de Londres reportó que la mitad de los más prometedores tratamientos contra el cáncer de una compañía canadiense provenían de Cuba y señalaba que mientras los laboratorios de Norteamérica y Europa producen pobres resultados "Cuba se está ganando una reputación por su talento para el descubrimiento de medicamentos".

Una vez que la llamada Guerra Fría terminó, Washington pudo haber eliminado las sanciones, aunque sólo fuera para ayudar a preservar los sistemas médico y educativo de Cuba. Por el contrario, mientras la economía de Cuba se desplomaba después del colapso de la Unión Soviética, Washington incrementó las sanciones con la "Ley de Democracia Cubana" (la ley Torricelli) ideada por la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), el grupo cubano-americano más rico y por tanto más influyente. La meta de la Ley de Democracia, tal como la explicó su promotor, el representante Robert Torricelli es "crear el caos en esa isla".

La Ley de Democracia singularizó la biotecnología al prohibir toda exportación "en la cual el artículo a exportar pueda ser utilizado en la producción de cualquier producto biotecnológico". Adicionalmente, prohíbe comerciar con Cuba a las subsidiarias de compañías de EE.UU. La evidente crueldad de esta ley motivó a muchos científicos a tratar de ayudar a las clínicas y hospitales cubanos. The Journal of the Florida Medical Association publicó en 1994 un artículo por el Dr. Anthony Kirkpatrick que era un llamado a la conciencia del personal de salud de EE.UU., al explicar pacientemente cómo las sanciones provocaban la muerte y la enfermedad. El Scientific American de marzo de 1995 reportó que la Academia Americana de Neurología había enviado una carta al Presidente Clinton y a cada miembro del Congreso urgiéndolos a terminar con las sanciones en contra del comercio en alimentos y medicinas.

La continuación de esta política destinada a la destrucción del sistema cubano de salud depende de mantener en la ignorancia al pueblo de Estados Unidos. Como señaló en 1994 el Anuario Médico y de Salud de la Enciclopedia Británica, "En los periódicos de EE.UU. las noticias acerca de Cuba tienden a enfocar lo negativo. Mientras, la historia de uno de los logros más notables de Cuba – su extraordinario sistema de cuidado de salud – apenas es mencionado".

O se menciona de manera insidiosa. Fíjense en la visión que llega a nuestras casas y oficinas. En 1997 un artículo en US News and World Report mencionaba algunos de los logros biotecnológicos de Cuba: las vacunas contra la meningitis B y contra la hepatitis B, la estreptoquinasa para disolver coágulos de sangre, un factor de crecimiento epidérmico para el tratamiento de quemaduras, equipos de diagnóstico para la detección en niños de varias enfermedades, y así sucesivamente. Pero todos estos logros se reducen a manifestaciones del "ego de Castro". La visión general se resumen en el título del artículo: "La isla del Dr. Castro". En caso de que los lectores no se den cuenta de la alusión, se nos dice que la posición de Cuba "en la frontera de la biotecnología es una sorpresa para muchos científicos y para algunos evoca imágenes de La isla del Dr. Moreau – la macabra historia de un científico loco que crea híbridos de animales y humanos en una remota isla tropical".

"La isla del Dr. Castro", al igual que muchos otros artículos, reporta de manera bastante certera que los cubanos están tratando de hacer de la biotecnología una fuente importante de ingresos. Las exportaciones de biotecnología aumentaron en 2001 en un 42 por ciento con relación al año anterior. Esos productos fueron vendidos a más de 35 naciones. La política estadounidense consistentemente ha tratado de destruir cualquier industria que le reporte dinero a Cuba. En 1960 el Presidente Eisenhower suprimió la cuota azucarera; cuando Cuba acudió al turismo después de la caída de la Unión Soviética, terroristas con sede en Estados Unidos declararon la guerra al turismo y bombardearon y ametrallaron hoteles; cuando compañía extranjeras formaron negocios conjuntos con Cuba, la FNCA diseñó la ley Helms-Burton de 1996 que buscaba penalizar a los que comerciaran con la isla.

Una interminable corriente de propaganda presenta la industria biotecnológica de Cuba como una cobertura para el terrorismo. En una racha de tales acusaciones, la Associated Press reportó en diciembre de 1998 que "se sospecha que Cuba" está desarrollando armas biológicas: "Los programas se ocultan fácilmente de los satélites espías al disfrazarlos de investigación médica". Dos semanas más tarde The New York Times reportó que al menos 17 naciones "son sospechas de tener o tratar de adquirir armas de gérmenes". El Times dijo que algunas, incluyendo a Cuba, también están "consideradas arquitectas del terrorismo" – es decir, están en la lista de naciones terroristas del Departamento de Estado. Dos meses después se publicó un artículo en The New York Times Review of Books que elogiaba la novela de Vincent Patrick Cortina de humo, la cual, según el crítico James Polk, "satisface en todos los noveles". El lector puede imaginar exactamente quién y a qué nivel queda satisfecho con el argumento. "Un virus mortífero llega de contrabando a Estados Unidos y será esparcido por un científico cubano, a no ser que el gobierno estadounidense se pliegue a las exigencias de Fidel Castro".

En mayo pasado, sólo seis días antes de que el ex presidente Jimmy Carter llegara a La Habana para una visita programada, John Bolton, subsecretario de Estado para el control de Armamentos y la Seguridad Internacional, hizo en la Fundación Heritage un discurso que llamó "Más allá del eje del mal", agregando a Cuba, Libia y Siria al "Eje del mal" del Presidente Bush (Irak, Corea del Norte e Irán). Bolton anunció que "Estados Unidos tiene razones para creer que Cuba posee al menos un esfuerzo limitado de investigación y desarrollo de guerra biológica ofensiva. Cuba ha suministrado biotecnología de doble uso a otros estados delincuentes. Nos preocupa que tal tecnología pueda ser usada para apoyar programas de GB (guerra biológica) en esos estados". Ese día y al siguiente los comentarios de Bolton fueron transmitidos a todo el mundo.

Pero esta vez sucedió algo inusual. Aunque algunos medios reportaron directamente la noticia, listos para demonizar nuevamente a Cuba, otros preguntaron: ¿Dónde está la evidencia? El Sun Sentinel de la Florida mencionó la cuestión de la oportunidad, siguiendo con un editorial qué preguntaba "¿Dónde está la cosa?" Newsday de Nueva York calificaba la acusación de terrorismo de "sugerencia absurda", y señalaba que la conclusión es que Cuba posee "los recursos biomédicos más sofisticados de América Latina" y agregaba: "¿Y qué?" The Guardian de Inglaterra, al destacar que Bolton "no presentó ninguna evidencia a sus acusaciones" advirtió que "EE.UU. amenaza con extender a Cuba su guerra contra el terror". The Baltimore Sun publicó un editorial que decía: "Es un truco político viejo y cansado que rechazan cada vez más estadounidenses". Un editorial de The Chicago Tribune declaró que tales acusaciones "ofrecidos sin una brizna de prueba" comienzan "a parecer un truco político".

Cuando Jimmy Carter visitó el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología en La Habana junto con Fidel Castro, hizo su propio anuncio: durante las sesiones de información antes de su visita, él preguntó a la Casa Blanca, al Departamento de Estado y a la CIA si había alguna "actividad posible de terrorismo que fuera apoyada por Cuba", y la respuesta fue "No".

Pero la Casa Blanca no necesita evidencia. Si el Presidente Bush y su camarilla no aprueban a un gobierno, ellos simplemente pueden declarar que el régimen posee el potencial para el bioterrorismo, ya que cualquier laboratorio tiene ese potencial. Al igual que el Ministerio de Propaganda del Dr. Joseph Goebbels, el Departamento de Estado puede depender de la Técnica de la Gran Mentira: repetir la mentira una y otra vez desde una posición de poder y se llegará a grabar el mensaje en la mente de la gente. La mentira no desaparece. Regresa bajo varias formas. En septiembre pasado la columnista Mary Anastasia O’Grady de The Wall Street Journal preguntó "¿Está Fidel Castro cocinando virus en los laboratorios cubanos para compartirlos con fundamentalistas islámicos?" En la noche de Halloween Otto Reich, un cubano-estadounidense que era por entonces Secretario Adjunto de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental aún estaba adornando las mismas acusaciones ante la Fundación Heritage que su subsecretario Bolton había dicho cinco meses antes.

El 1 de junio de 2002 en West Point, George Bush entregó un mensaje a los nuevos oficiales de su ejército imperial que se graduaban, dijo él, "en un tiempo de guerra". Los alertó de que, con tecnología, "hasta estados débiles y pequeños grupos pueden obtener un poder catastrófico para atacar a grandes naciones". Les dijo: "Debemos llevar la batalla al enemigo, desbaratar sus planes y enfrentarnos a las peores amenazas antes de que surjan". Declaró: "Nuestra seguridad requerirá transformar a los militares que ustedes guiarán – militares que deben estar listos para atacar en cualquier momento en cualquier oscuro rincón de la tierra".

¿Serán sus logros médicos los que provoquen que Cuba sea uno de esos blancos?
 

Publicado en Revista Z, junio de 2003
Copyright Jane Franklin, 2003, reservados todos los derechos

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Historian Jane Franklin is the author of Cuba and the U.S. Empire: A Chronological History.

E-mail Jane Franklin: janefranklin@hotmail.com